jueves, 14 de enero de 2016

la isla mágica por Daniel Bosoglanian

En un pequeño puerto al Norte de Noruega, vivió un joven marino que se dedicaba a capitanear veleros, muchos marinos que amaraban en la bahía, lo contrataban fuera de la temporada para distintas tareas de mantenimiento de velas y demás tareas de la marina.
En los meses de invierno los barcos quedaban casi en el olvido por sus dueños, y además, por las bajas temperaturas que mantenía el puerto. Este joven era una verdadera costilla del mar y se dedicaba con mucho esmero a las tareas de cada embarcación. Cada mañana comenzaba una larga recorrida por el puerto, sin importarle el tiempo, bajo la nieve o con fuertes lluvias recorría el malecón y controlaba a cada embarcación estuvieran o no a su cuidado, los barcos eran su vida.

Se decía que había nacido en alta mar en un pesquero Noruego que se dedicaba a la pesca del bacalao cerca del Mar Báltico. Su madre, amante del capitán, dio a luz en pleno temporal, temporal que azoto durante varios días, dejando al pesquero averiado, perdiendo gran parte de cubierta y timón. A la deriva, en pleno temporal quedó varado en una playa desierta donde fue encontrado días más tarde… rescatando a su único sobreviviente, un niño envuelto en unas mantas abrazado a su madre agonizante.

Nunca se supo si tenía familia, el niño fue rápidamente adoptado por una mujer, viuda de un conocido marino de la villa. A corta edad se encontró nuevamente solo, su madre adoptiva falleció a causa de una dolencia, producida por los fríos inviernos de la región -se dedicaba a preparar los pescados para su conservación-, empezaba el día muy temprano sin importarle el clima desfavorable del lugar, a ella siempre se la esperaba en la bahía.

El joven, quedo más solo que nunca, después de perder a su Madre adoptiva, adquirió una mirada taciturna y se volvió más reservado, nunca mantenía una conversación más allá de lo indispensable, tampoco se le conocían amigos. Se había convertido en un hombre fuerte y de robusto físico, curtido por el mar y la vida, se movía de forma muy sigilosa por toda la bahía, nadie sabía de su vida más allá de la pasión que sentía al abordar una embarcación.

Una primavera, de las más ventosas, le encargaron el traslado de una goleta muy antigua con grandes depósitos -había pertenecido a un viejo marino que comercializaba granos y especias- que nadie sabía de donde provenían pero tenían la seguridad de que cualquier mercancía llegada a puerto se vendería y las ganancias podrían ser fabulosas… en el mundo conocido se sabia que las únicas rutas para las especies era a través de rutas transasiáticas terrestres [ruta de la seda] y marítimas [ruta del Índico], perfectamente organizadas, llegaban las especias al Mediterráneo oriental, donde fueron levantando sus factorías los mercaderes europeos, que las recogían para distribuirlas en el mundo cristiano. Pero nadie sabía la ruta de la isla del atlántico…

La goleta después de estar largo tiempo amarrada en la bahía fue comprada por un coleccionista de antigüedades y entre sus aficiones tenía preferencia por las cartas náuticas antiguas. Había sido un marino de raza con la estirpe de los hombres de mar, como todos sus antepasados, que también se habían dedicado a comercializar todo tipo de mercancías a través de los mares.

En una oportunidad que pasó por la bahía vio la goleta y no pudo resistir la admiración y la sorpresa al reconocerla, arrumbada en un rincón del muelle, de inmediato consulto por su capitán -había fallecido varios años antes- y en ese momento comenzó el sueño de adquirirla. Entre diligencias y alistamientos observo que la goleta siempre estaba ‘cuidada’ en su interior, le preguntaron al joven marino y este respondió que la goleta siempre se mantuvo en ese estado, era como si alguien siempre la habitara, el no hacia más que controlar las amarras. El coleccionista sonrió y no hizo comentario alguno.

El joven terminó con unos pocos ajustes, y busco la tripulación para emprender el traslado de la embarcación, pero todo marinero posible se rehusaba a embarcarse en La Goleta, nadie daba una explicación al negarse. Tan solo no aceptaban navegar en ella.

El tiempo se acortaba y él tenía que partir a la brevedad, en pocos días, los vientos cambiarían y no lo acompañarían en la travesía. Al ver la situación, el coleccionista decidió que la trasladaría junto con el joven marino. Así emprendieron el viaje.

La zarpada se realizó una madrugada con una brisa que los acompañaría hasta entrados en el mar, dejando atrás el estrecho de Skagerrak.

Los primeros días en el mar fueron muy tranquilos ya que el coleccionista no hacia más que recorrer la goleta de punta a punta, como si buscara algo que no podía encontrar, el joven llevaba muy bien la nave que parecía agrandarse cada vez más y cobrar vida en cada trayecto navegado.

Después de tanto buscar el coleccionista exaltado encontró lo que ansiaba, el libro de bitácora, en el existían todas las anotaciones y viajes que la goleta y su capitán habían realizado, empezó a tratar de descifrar rumbos, lugares y todos los detalles que le fueran de utilidad para encontrar la isla.

La isla estaba escondida en una parte del Atlántico y se comentaba que tenía el mejor clima para cosechar toda clase de cultivos pero en particular las especies, los nativos protegían sus secretos ante cualquier extraño, cultivaban muchas especies desconocidas y exóticas para los europeos, muy pocos marinos sabían de su existencia y su ubicación.

El coleccionista después de haber pasado varios días encerrado en el camarote tratando de descifrar las anotaciones y las cartas armó una nueva derrota, no podía dejar pasar más tiempo sin conocer la isla, informó al joven de la nueva ruta y los cambios de rumbo, el joven pregunto a que se debían las alteraciones ya que no era conveniente dirigirse hacia ese sector poco navegado por marinos y conocida como la zona de los arrecifes que evitaban y además demoraba la llegada al puerto fijado. El coleccionista se sentó junto al joven con un gesto paternal y comenzó a contarle la leyenda del Capitán Wolf y la goleta ‘heldig’.Comenzó a narrarle la historia que su abuelo le contaba en sus primeros viajes acerca del solitario Capitán Wolf y su isla perdida, en donde las riquezas abundaban y los nativos guardaban con recelo sus secretos, aunque nadie más que él conoció las bondades, en muchos puertos se hablaba de la goleta y su capitan y muchos marinos se perdieron en el intento de encontrarla. Todo se dispuso entre ellos dos, aunque dar a conocer la posición de la isla sería compartirla y la ambición es cruel, ¿podría confiar en un joven que no conocía?, su emoción le había hecho contar más de lo que él habría querido compartir, la isla le despertaba una gran avaricia, todo los sueños de su abuelo serían revelados y el tendría acceso a esa gloriosa y mágica isla.
En plena navegación las distancias se alargaban como si estuviesen yendo hacia atrás, los astros modificaban su altura y el océano cambio su color por un turquesa brillante jamás visto, todo resultaba distinto y muy efímero… nunca visto.
El joven consulto al coleccionista, que seguía en uno de los camarotes, sobre el nuevo rumbo extraño y él le respondió en silencio: ‘la derrota es perfecta y el capitán Wolf descansa en su camarote’

No hay comentarios:

Publicar un comentario